Siempre sentí con San Ignacio, una invitación a la creatividad, lo cual me ayudó mucho en mí camino de fe. La frase de hoy que me lleva a compartir esta reflexión es "hallar a Dios en todas las cosas", una expresión típica ignaciana, la cual refuerza mí cotidianidad.
Se podría decir que es como convertir mí existencia en experiencia de Dios. Lo cual me parece muy profundo y para seguir dándole vueltas, pero a su vez muy desafiador a la hora de vivir el día a día, en la vida cotidiana, en toda la existencia, sabiendo que es ahí donde se puede hacer la experiencia de Dios. Esto abre mucho el campo antropológico, como también religioso, haciendo ver que no es apenas litúrgico, cúltico o normativo. Sino más bien es experimentar a Dios que se manifiesta en donde Él quiere y como él quiere dejarse encontrar. Basta entrar en esta pedagogía ignaciana, en el encuentro, donde Dios se quiere comunicar, solo nos toca encontrar los medios para ello.
Una mística francesa del 1900, Madeleine Delbrêl decía, "No importa nada que a mí me toque barrer o manejar la pluma, hablar o callar, remendar la ropa o pronunciar la conferencia, atender a un enfermo o escribir a máquina; en estas circunstancias se realiza el encuentro del alma con Dios, las pequeñas circunstancias nos manifiestan el querer de Dios, son nuestros superiores fieles". Esta imagen llena de experiencia, hace descentralizar y abrir el panorama hacia la experiencia de Dios, donde en estas pequeñas circunstancias encontramos el querer de Dios. Otro personaje nos ayuda en este tema, es el Pe. Ermes Ronchi, teólogo italiano, que predicó ejercicios al Papa. Él insiste que Dios no es un producto de nuestra razón o una idea, sino una persona real que está cerca de nosotros en todo momento. Solo cuando se logra experimentar al Dios “doméstico” o familiar, entonces conocemos realmente el “Dios de la vida”. Decía, Santa Teresa de Jesús escribió a sus monjas en el Libro de las Fundaciones: Hermanas, “entended que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor”. “El Señor del Universo, se mueve en la cocina del monasterio, entre jarras, pucheros, platos, ollas y sartenes –dijo el P. Ronchi– Dios en la cocina, designa llevar a Dios a un territorio de proximidad…
Si no lo sientes casero, es decir, en las cosas más sencillas, es que todavía no has encontrado al Dios de la vida. Estás aún con la representación racional del Dios de la religión.
A mi nuevamente todo esto me resuena como experiencia espiritual, sobre todo en el ámbito de la cocina, porque más allá de ser un espacio culinario y donde no todos hacen esta experiencia, para mí sigue siendo un lugar donde habla de Dios. Porque no solo hace parte del sobrevivir diario, sino también que hace parte de la misión cotidiana, pero a su vez más profunda todavía, cuando se traduce teológicamente desde una pastoral encarnada en la vida del pueblo de Dios. Es así que día a día debo dedicar tiempo en la cocina, sea por el café, almuerzo o cena y entre reunión y reunión, confesiones o lives. La cocina ocupa un lugar existente-diferente y la comida entonces no están solo consumir, sino también elaborar para otros, con cariño y dedicación. Es pensar en mis hermanos de comunidad, es pensar en lo que pueden o no pueden comer, es nuevamente experimentar a ese Dios por los sentidos, que provoca, inspira y da coraje para elaborar tantas veces en poco tiempo un plato cotidiano, pero siempre con un toque especial, el espiritual.
Es por ello que me siento identificado, sabiendo que en este espacio también encuentro a Dios y ayuda a afianzar más mí misión y ministerio. Hoy en día la experiencia del Dios cotidiano, puede llegar a ser uno de los mayores retos para cada cristiano, porque se trata de pasar de una espiritualidad basada en la lógica de lo extraordinario a una mística de lo cotidiano, ordinario, asumiendo el desafío y afirmando que así se vuelve extraordinario, hallando a Dios en todas las cosas.
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