Sinodalidad, diálogo y desafio... (Pe. Juan Carlos Rengucci PSSG)

 

 

Haciendo un recorrido simple, con su importancia, uno se puede preguntar ¿Qué es vivir en sinodalidad hoy?

 

Una primera cosa en un contexto comunitario, puedo decir que vivir la sinodal, requiere tiempo para compartir. Para ello debemos sentirnos invitados a hablar con libertad, decirlo todo con valentía, con respeto y caridad, no guardar o callar aquello que pudiera establecer un verdadero diálogo delante a los demás sobre las realidades que vivimos. Esto hace a un punto importante que es el compartir la vida en la diversidad de situaciones, contextos, motivaciones, creciendo en la Fe que nos mueve y motiva a apostar por esta unidad, generada por el dialogo.

 

Esto abre un abanico de oportunidades, opciones, discernimiento, pero también podemos preguntarnos, ¿Cuál es la finalidad de la sinodalidad? Se pude decir que la sinodalidad da un Estilo particularel cual caracteriza la vida y la misión de la Iglesia, expresando su naturaleza de Pueblo de Dios, convocado por el Señor Jesús, con la fuerza del Espíritu Santo, para que reunidos sepamos unirnos y caminar en este mundo cambiante, buscando medios para vivir y anunciar el Evangelio.

 

Esto como Iglesia nos deja una experiencia, guiada por el Espíritu en dialogo y unidad, por tanto entra la pregunta, ¿Que nos enseña la sinodalidad?

 

La sinodalidad, en el contexto eclesiológico, nos enseña la específica forma de vivir y actuar al ser Iglesia Pueblo de Dios, que manifiesta y realiza en concreto su ser comunión en el caminar juntos, en el reunirse en asamblea y en el participar activamente de todos sus miembros en su misión. Entonces ¿Qué podemos hacer para vivir la sinodalidad?

 

Respondiendo, tan solo con un aspecto que es fundamental, más allá de otros aspectos que son necesarios. El acento en este texto, sería: “Saber escuchar”, como la primera actitud para aprender a caminar juntos. Porque para emprender juntos un camino, un desafío y co-implicarse en ello, es necesariamente saber con quién voy al lado, a quién puedo fiar mi historia, mi vida, mi esperanza del mañana. Esto requiere intimidad en torno a lo que genera una espontánea comunión y también estar dispuesto en el diálogo a reconocer los elementos que nos distancian y los que nos permiten descansar en los puntos de acuerdo, mediante la iluminación del Espíritu Santo.

 

Para ello, es necesario  observar y asimilar un primer rasgo metodológico, que consiste en aprender a escuchar con profundidad, para no sólo aprender a escuchar requerimientos humanos, sino también reconocer la propia voz de Dios que habla en el hoy de la historia. Escuchar es más que oír, esta es la clave del diálogo. 

 

No ‘oyendo’, sino ‘escuchando al Logos se puede captar la profundidad de lo que es, y nos hará comprender, ya que es una llamada a la profundidad, a poner nuestra en la atención a lo que unifica, porque es fácil quedarse en la superficialidad de las múltiples voces que no llevan a nada. Y esa es una tentación que puede suceder en el interior de la propia comunidad, siendo diversas las motivaciones para ello. Por esta razón, ‘escuchar al Logos’, al ´Ser de Dios que habla en la conciencia’ –aunque Dios no sea identificable con la misma–, es una actitud clave para comprender las auténticas mociones del diálogo sinodal.

 

El Logos de Dios que habla especialmente ‘en’ y ‘con’ su Pueblo, el que para reconocer genuinamente su voz y no la propia requiere de una ascética y un auténtico espíritu de conversión del destinatario, que se inicia desde la humildad cotidiana del ob-audire, de la obediencia filial que espera reconocer la voz del Pastor y seguirla día a día. Es la razón por la que el salmo invitatorio que reiteramos cotidianamente en la Liturgia de las Horas, el 94, sea una llamada a entrar incesantemente en esa dimensión: “Si hoy escucháis la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”.

 

¿Cómo logramos el camino sinodal?

 

En el entrecruzamiento de esta doble consideración resulta que «camino sinodal» significa discernimiento y búsqueda de la voluntad de Dios, no solo a título personal sino como comunidad cristiana, que se pone a la escucha de Dios y de los hermanos, que lleva a crear la sinodalidad.

 

 


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