La Iglesia tiene nombre de Sínodo [1]. Pe. Juan Carlos Rengucci, PSSC


 

Evidentemente, esta palabra tiene una ‘tradición muy antigua’ pero con el pasar de los años fue quedando, como otras, un poco en la penumbra, en el olvido, pero sobre todo, ‘con un significado fluido’, y tal vez impreciso o mejor dicho, poco practicado. 

 

Hablando en el hoy, como bien sabemos, el papa Francisco recreo la Iglesia de sinodalidad, le dio un significado y un alcance más preciso y a la vez lo establece como un “elemento” fundamental en la vida de la Iglesia, tanto para la experiencia que tenemos de Iglesia, como para su organización y articulación como un gran desafío para todos, sin quedarnos solamente en la mera reflexión, ni tampoco en el activismo desencarnado de este elemento.  

 

Por tanto el reto, la aventura que se nos propone es la de concretar y desarrollar la experiencia del “nosotros” como moción del Espíritu desde la unidad en la caridad. 

En palabras del Papa Francisco, “caminar juntos es el camino constitutivo de la Iglesia; la figura que nos permite interpretar la realidad con los ojos y el corazón de Dios; la condición para seguir al Señor Jesús y ser siervos de la vida en este tiempo herido”.

 

A este punto es importante mencionar que en la Iglesia se habla mucho de ‘comunión’, palabra que, evidentemente, es fundamental sin caer en el modo unilaterales que no sea que unos ganan y otros pierden, sino que con la aportación de todos se construya una perspectiva común. Por qué, justamente porque en la Iglesia hay que buscar ‘el consenso’, la integración de todos, en ella encontramos diversidades a las cuales no se puden excluir. Es verdad también que cuando se habla de comunión, se puede entender en sentido de que ‘todo se puede votar, lo cual es democracia… por tanto, ¡votemos y decidamos en mayoría!’; y para otros, ‘la comunión quiere decir que todos tenemos que estar unidos… como un equipo de futbol, detrás de los que mandan. Creo que en definitiva ninguna ayuda a la comunión y actitud adecuada, porque en la Iglesia no se trata de introducir una democracia que funcione simplemente según el juego de mayorías y minorías, donde unos imponen su mayoría y la minoría, se aguanta. Por lo tanto, necesitamos entrar en la busqueda, en el discernimiento, en modos de conjugar las diferencias para que cada uno se vea reconocido, de tal modo que no sea que unos ganan y otros pierden, sino que con la aportación de todos se construya una perspectiva común, un caminar juntos.

 

Justamente la Iglesia sinodal intenta recoger cómo articulamos la diversidad de tal manera que pueda surgir armonía o sinfonía; este, por así decirlo es el proyecto del papa Francisco. Entonces la sinodalidad tiene que ser vivida como el modo de funcionamiento cotidiano de la Iglesia, de la comunidad, pero también como articulación, organización o estructura en el funcionamiento, más allá de lo pastoral.

 

Se puede decir que así encontramos algunos rasgos de los planteamientos renovadores, de nuestro Papa porque… como decían por ahí ¿nuestra Iglesia está pensada y organizada desde el sacramento del orden o desde el sacramento del bautismo? Evidentemente, está pensada, organizada y se ejerce desde el sacramento del orden; por eso tantas veces se habla de clericalismo en la Iglesia. Hoy se puede decir, que desde esta renovación y visión de Iglesia, la base de nuestra experiencia cristiana se encuentra en el bautismo ya que, por este sacramento participamos del acontecimiento salvífico fundamental que es la Pascua y es lo que nos hace a todos iguales, con la misma dignidad. Yo, Papa –dice en alguna ocasión- no me encuentro por encima de ningún bautizado; yo, Papa, existo en el seno de la Iglesia.

 

También agrega, la sinodalidad es lo que Dios espera de nosotros en este siglo. Por tanto es el proyecto, el plan que él sugiere a la Iglesia. Aunque también dice que es más fácil hablar de la sinodalidad que ponerla en práctica y ejercitarla. 

 



[1] S. Juan Crisóstomo

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