1. Cristo sufriente de Marcos... (cf. J. Nuñez)

 Cristo del Cachorro de la Expiración Sevilla

Cristo dolorido de san Marcos (Mc 14-15)

... nos sorprende con una imagen del Señor muy encorvada. La cruz es pesada, hasta el punto de hacerle caer en tierra una y otra vez. El rostro está profundamente ensangrentado, el alma rota, el corazón partido… La escena es cruel, desconcertante y escandalosa. Pero Jesús calla, apenas habla. Y cuando lo hace, es solo para decir: “Siento una tristeza mortal” (Mc 14,34). Silencio de Jesús que sorprende al sumo sacerdote, quien, ante la gravedad de las acusaciones, le pregunta: “Pero ¿no respondes nada?” (Mc 14, 60-61). Lo mismo ante Pilato, quien vuelve a preguntar: “¿No respondes nada? Mira de cuántas cosas te acusan” (Mc 15, 4).

Nosotros mismos nos vemos sorprendidos cuando, en la confusión de la escena, Pedro le corta la oreja al criado del sumo sacerdote (cf. Mc 14, 47), y ni siquiera ahí escuchamos una palabra de los labios del Señor, testigo mudo de aquel horror que sucede en torno a él.

Marcos se entretiene con gusto en informarnos de cómo Jesús es víctima de ultrajes, burlas, insultos y salivazos de parte de “un tropel de gente con espadas y palos” (Mc 14, 48) y de parte de los guardias y de los soldados, de parte de los sacerdotes y de los ancianos, de parte, en fin, de una multitud enfurecida que gritaba una y otra vez “crucifícalo” y prefiere la libertad del sedicioso Barrabás a la de Jesús (cf. 15, 9-11).

Los propios discípulos han abandonado al Maestro. “Todos sus discípulos lo abandonaron y huyeron”, sentencia el evangelista Marcos al narrar el prendimiento(Mc 14, 50). Ya antes, mientras Jesús oraba con lágrimas de sangre, ellos dormían, rendidos al sueño. Pedro lo sigue, sí, pero “de lejos” –nos dice Marcos–, y cuando se ve identificado como uno del grupo de Jesús, niega una, dos y tres veces: “Yo no conozco a ese hombre” (Mc 14, 71).

Llegados al Calvario, solo “algunas mujeres contemplaban la escena [pero también] de lejos –vuelve a insistir Marcos” (Mc 15, 40-41)–. Ni siquiera se menciona la presencia de la Madre. Las últimas palabras de Cristo en la cruz son sencillamente desgarradoras, una pregunta y una constatación de la experiencia del abandono: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34). Este es el Cristo de Marcos, que nos expone los hechos en su fría objetividad, para subrayar, así, la realización desconcertante del designio de Dios y presentar la Pasión y la cruz como un escándalo, incluso –al menos, a primera vista– como un sinsentido.

Al contemplar esta figura salida del taller de Marcos, constatamos el desconcierto del dolor y el sinsentido de la muerte. Este primer evangelista nos hace notar que el mal, que visita al hombre de manera irremediable, nos sume en la impotencia y desestabiliza nuestros esquemas mentales y emocionales… Aún más, que hay ocasiones en que Dios calla y parece alejarse de nosotros. Aprendemos aquí que hay una palabra de Dios que tiene forma de silencio y que hay una presencia de Dios que tiene la forma de una ausencia sentida y anhelada: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.


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