3. El Cristo misericordioso de san Lucas (Lc 22-23) (cf. J. Nuñez)


Saquemos a nuestra procesión al tercer Cristo. Su autor se llama Lucas. Observamos que hemos cambiado de escuela y de taller. La imagen ha perdido ya su encorvamiento. Alza la cabeza y levanta la mirada del suelo para fijarla alrededor, Jesús ya no es solo víctima impasible. Se alza con superioridad como agente activo de la escena. Se manifiesta como un maestro.

Cristo crucificado, Velázquez

Lucas, más abiertamente aún que Mateo, proclama una y otra vez la inocencia de Jesús en boca del propio Pilato. Ahora se suavizan los detalles crueles y ofensivos, como burlas, mofas e insultos. Y se cuida mucho de decir que “todos le abandonaron”. Y al pobre criado del sumo sacerdote, que hasta ahora teníamos con una oreja perdida, Jesús, no tanto para demostrar su poder con un milagro sino para manifestar su generosidad en una hora de tanta crueldad, Jesús le cura la oreja (cf. Lc 22, 50-51).

Se trata de un Jesús compasivo y misericordioso. Son significativas estas tres palabras de Jesús, que nos ha transmitido Lucas, y solo él. La primera, a las mujeres de Jerusalén: “No lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos” (cf. Lc 23, 28). Compasión extrema la de Jesús, que se cuida más del dolor de los otros que del suyo propio. La segunda palabra, dirigida al Padre, pide el perdón para sus malhechores: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Misericordia infinita. La tercera, al ladrón arrepentido: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). El amor de Jesús rompe las barreras de la muerte. Y como detalle final y muy significativo, las últimas palabras de Jesús suenan de otra forma. Recordemos que hasta ahora, según Marcos y según Mateo, Jesús había gritado:” Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?.

Ahora no se grita el abandono, ahora se proclama la confianza: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). El Cristo que nos ofrece el tercer evangelista es maestro y modelo de sufrimiento. Su Pasión se ha convertido en com-pasión. El dolor no le ha encorvado sobre sí mismo. Al contrario, le ha hecho aún más compasivo. Porque ha sufrido, él es capaz de compadecerse de sus hermanos. Qué bien nos viene a nosotros aprender esta lección para que el dolor, en lugar de curvarnos sobre nosotros mismos y hacernos huraños y recelosos, se convierta en una ocasión de bondad y ternura, de abandono en las manos del Padre y de confianza en la cercanía y compasión de Jesús.


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