Entre amor, obras y palabras… (Pe. J. Carlos Rengucci, PSSC)

 


San Ignacio vivió a principios del siglo XVI, en una cultura marcada e arraigada en la fe católica. Con grandes trasfondos marcados por sus Reyes, el Papa, los capitanes, duques, marqueses y miembros de la jerarquia eclesial: obispos, sacerdotes, diáconos, superiores de órdenes religiosas...  todos gozaban de privilegios por sus propios méritos. A muchos de estos se les debía reverencia y honor. 

 

En un contexto así, tener otras experiencias e ideas que diferían de las, oficiales era peligroso y sospechoso. Siglos después, en el XIX, surgirán los grandes filósofos de la sospecha. Ignacio se adelantó tres siglos, y eso dentro asustó a la santa y vigilante Inquisición. Dejarse encontrar por Jesús de Nazaret, aquel Jesús histórico, y seguirlo levantó fuertes sospechas. Al contemplar este Jesús, lo lleva a encontrarlo en todas las cosas y circunstancias de la vida. Al mismo tiempo, se gestaban una serie de reflexiones e ideas que incomodaban a mas de uno. Seguir Jesús cambiaba la vida. 

 

Esta experiencia personal y cercana que Ignacio tenía de Jesus, le ponían fuera de todos los protocolos de la corte: reverencia, cumplimientos, méritos propios y honores. Era una experiencia del Dios revelado en Jesucristo pobre y humilde. Experimentaba la gratuidad de Dios y reconocía los beneficios realizados gratuitamente en sus discípulos amados. 

 

De esta experiencia de Ignacio, encontramos en los Ejercicios de la Cuarta semana, la Contemplación para alcanzar amor. En ella, una primera nota dice: el amor se debe poner más en obras que en palabras.

 

Si el amor es auténtico, no se queda solamente en palabras. Y si ellas no se transforman en hechos, son palabras muertas, que duran apenas un momento. Para que el amor sea genuino, debe demostrarse en gestos, y así será creíble. Para ese camino nos prepara Ignacio, para crecer en amor y sobre todo para que ese amor se manifieste

 

Ignacio reserva este tesoro para el final de los Ejercicios, amor que implica reciprocidad, un amar y ser amado por Dios y los otros. La gratuidad, en donde se encuentre, hace crecer el amor. Es como terminan los ejercicios: amando más y deseando servir mejor.

 

Que éste “buscar y hallar la voluntad de Dios para poder seguirla” sea la finalidad de nuestra vida cotidiana a través de nuestros gestos, donde somos invitados a descubrir cuánto cuidado y cariño Dios se apresenta en lo positivo y gratuito de la vida. Traigan a la memoria los beneficios recibidos... Creación, redención y tantos dones particulares”. Esto tiene que ver con la vida, con el hecho de ser creados, y de esta vida que me toca vivir hoy; dar gracias por haber sido creado amorosamente por Dios, con infinito amor. La gracia de la fe, regalo inmenso, no viene pegado al hecho de nacer, sino que es un don de Dios.

 

Trajiste a tu memoria esos beneficios? Tu vida cotidiana está más ligada a las palabras o a los gestos de amor? Te invito a que hagas memoria, así seguramente no serán solo palabras y pensamientos, sino amor gratuito de tu Criador.

 

Si amamos, veremos nuevas todas las cosas...

 

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