Gastronomía y Oración… (Pe. Juan Carlos Rengucci, PSSC, eximio cocinero)



 

El primer pensamiento al comenzar este texto es de curiosidad: ¿Gastronomía y oración? La pregunta me ayudó a responder que sí, pues una y otra cosa alimentan mí modo de ser y de rezar.

  

Comparto esta analogía desde una reflexión de la vida diaria, experimentando que los sentidos son aplicables en la oración, como también en la gastronomía. Los cinco sentidos que usamos en la contemplación son grandes simpatizantes de las mismas, y a su vez, la cocina es uno de los espacios para desarrollarlos mejor

 

Una frase de nuestro maestro en la oración San Ignacio es: “Sentir y gustar de las cosas internamente. Esto nos lleva a recordar que en los ejercicios hay una invitación sobre la aplicación de sentidos, para ser practicados como un modo específico de oración: la contemplación ignaciana

 

Para Ignacio, los sentidos son como “puertas” abiertas al mundo interior. Las mismas puertas de los sentidos se abren también para mí en la gastronomía, descubriendo que sentarse a la mesa no es apenas un acto de comer. Sino más bien un dejarse llevar por estos mismos sentidos a la hora de preparar una buena comida o al degustarla. En lo culinario encontramos técnicas de cocina, preparación, aspectos como la textura, color o sabor, que nos trasportan, y nos hacen vivir cosas que tal vez ni pensamos a la hora de cocinar. 

 

Cuando debo elaborar un plato, siempre bonito y rico, la vista juega un papel fundamental, pues me conduce a través del fascinante mundo de las formas y de los colores. La presentación del plato, me trasporta y genera varios sentimientos de aprobación o rechazo. Agudizar la vista para contemplar esto, ayuda a ver más allá del plato presentado. También recurro mucho al olfato, con el cual descubro la intensidad de aromas, ingredientes, especies, que con todo su encanto y junto al gusto, me hacen sentir la explosión de sabores, y muchas veces me llevan a comidas del pasado, a situaciones, historias familiares, momentos particulares de mi vida e infancia. Recuerdo un hermano mío que decía delante de su propia esposa: ¡Nunca comi un guisado mejor que el de mi madre! Lo senti por mi cuñada…

 

Esto me conduce al tacto, que muestra diferentes texturas y temperaturas. No es lo mismo un caldo bien caliente que uno frío…

 

Finalmente, el oído, que me lleva a prestar atención al hervir ciertas comidas o al momento de cortar y picar. Da esa percepción, sentimos la  frescura, intensidad y naturaleza de los alimentos.

 

Prestar atención con todos los sentidos, hace disfrutar más de cada preparación, de cada plato y de cada bocado. Los comentários en la mesa son reveladores: ¡Pero que rico!... ¡Esto es una delícia! Tienes que decirme como lo haces…

 

Es así que todo esto me habla de las puertas que me abren al mundo interior experimentado en la gastronomía o en la oración. El método ignaciano de orar juega mucho con la imaginación y genera movimientos interiores que ayudan a vivenciar mejor los momentos de oración y el cultivo de la fe. Mirada, oído, olfato, tacto y gusto al ser utilizados y practicados se intensifican y nos llevan a detenernos en algún detalle de la oración, algo que no se tenía en cuenta antes. Pero al dejarse tocar por la fuerza de una imagen y poder gustarla y sentirla más de cerca, hace que la vivamos con mayor intensidad.

 

En el ámbito espiritual de la oración podemos captar mejor los detalles, lo concreto, las circunstancias que suscitan más sentimiento y afecto, por la aplicación de los sentidos interiores. Esto lleva a enfocar la realidad para poder descubrir a través de ella el misterio que la envuelve. Es por eso que se necesita esa mirada profunda, para que lo contemplado, el misterio como lo llama san Ignacio, se revele y no se confunda con nuestra superficialidad. Oler y gustar con el olfato y con el gusto la infinita suavidad y dulzura de la divinidad, del ánima y de sus virtudes y de todo, según sea la persona que se contempla”. 

 

El sentir internamente remite al mundo de la sensibilidad, y por tanto habla de oración, de experiencia espiritual integrada, en la que participa la dimensión corporal. Gustar hace referencia al mundo de la consolación, el gustar y sentir de las cosas internamente es un camino de percibir y aprender a reconocer la acción del espíritu en uno mismo

 

San Ignacio nos recuerda que solo aquel que se deja conducir por el gustar y sentir podrá llegar al conocimiento interno del Señor“Al sentir y gustar la presencia y acción de Dios, el ejercitante se sentirá más embebido en el misterio divino”. 

 

Esta experiencia profunda que atraviesa el mundo de los afectos, iluminó a Ignacio en la conversión de las personas, por tanto, aquello que pasa por el corazón es lo que realmente puede satisfacer y dar sentido a una vida. Para muchos la cocina y la oración pasan por el corazón, por los sentidos y es un verdadero ejercicio para contemplar las cosas que nos ayudan a crecer en nuestra espiritualidad cotidiana

 

 

 

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